Es difícil reinventarse cada vez. Conforme pasa el tiempo, resulta cada vez más complicado satisfacer las expectativas creadas. Por eso, llega un momento en que una artista, una de esas que se escribe con mayúsculas, debe hacer su camino. Porque Soleá Morente ha firmado un disco inmenso. Si ya tenía fama camaleónica, ha dado un giro hacia donde nadie pensaba que iba a ir. Hacia un terreno movedizo, peligroso para una cantante de su casta y salero. Y lo ha hecho para hablar de lo que lleva más dentro, lo que todos queríamos saber: cómo es crecer en una casa con Aurora Carbonell y Enrique Morente. Y después de la fuerza de un disco tan aplastante como “Lo Que Te Falta”, Soleá hace un disco íntimo, con referencias al shoegazing y al dreampop, con ecos de MAZZY STAR y BEACH HOUSE, y para rematar, por primera vez, firma ella misma todas y cada una de las letras de las canciones y su música. Es SU DISCO.
El propio Jonás Trueba, director del corto que acompaña el single, describe su experiencia con estas palabras: “Soleá me propuso hacer algo con “Ayer”, una canción que adoré desde el primer momento; pero al escuchar “Aurora”, la canción que la precede en el disco, entendí que había una conexión tan fuerte entre ellas, en cómo se funden la una en la otra, que no iba a ser yo quien las separase. Son dos canciones de amor, entre Aurora y Enrique, entre Enrique y Soleá, y, finalmente, entre Soleá y Aurora... Canciones sobre la transmisión del amor y sobre la transmisión de la música y el cante. Por eso quería que se escucharan de forma tranquila, sin imágenes ilustrativas. No se trataba de interpretar o recrear las canciones sino de profundizar en su escucha, y hacerlo con ellas, las dos protagonistas, a través de sus cuerpos, de sus miradas y sus gestos, con el pudor y el vértigo de escucharse a una misma, con las contradicciones internas cuando hemos parido una nueva criatura y la miramos a los ojos; cuando buscamos la aprobación de los seres queridos y en la incertidumbre ante lo que vayan a decirnos... Poner todas estas cosas en juego, frente a una cámara de cine, no era nada fácil para ellas. Les estoy muy agradecido por dejarme entrar en su casa, por regalarme un rato de verdadera emoción y dejarme capturarla. Gracias también a Enrique Morente, que estuvo presente en todo momento, velando por ellas y por los que seguimos aquí, buscando nuestro camino”.
Esta pieza cinematográfica se estrenó en exclusiva el pasado 20 de octubre en la inauguración de la 27 Edición del Granada Film Fest, el festival granadino dedicado al cine de autor y a los jóvenes realizadores. Tenía todo el sentido que fuese presentada al mundo en Granada, la ciudad que vio crecer a Soleá y que cobijó la casa familiar de los Morente. A pesar de las palabras de Jonás, es complejo explicar bien esta pieza, para empezar, es difícil clasificarla: a años luz del videoclip, entre el realismo más existencialista y el documental más incisivo, a bocajarro. Hay tantos sentimientos, expectativas, y miedos en estos escasos minutos; emociones e historias de las que tantos hemos sido testigos en la sombra a lo largo de estos años... En esos momentos, las palabras sobran y las miradas hablan. La luz en los ojos de Soleá, su expresión huidiza a veces, casi vergonzosa, pero llena de vida. Suena el principio de “Aurora”. Su solemnidad, esos coros que estremecen, la desnudez de su guitarra. Y entonces el gesto de Aurora. Responde a su hija, entiende que hay algo especial, que le dice con música algo que sólo las notas pueden contar. Y entonces la música de “Aurora” desemboca en “Ayer”. Su delicadeza, la profunda melancolía de una canción que se acerca al shoegazing entre arreglos cristalinos y evocaciones, que sabe que lo que quiere es estremecer al oyente. Y miramos a Aurora. Cada segundo pensamos en lo que pasa por su cabeza, por su corazón. Cada segundo es una historia, un sentimiento, una incógnita resuelta, un halo de sol sacando la verdad a la superficie.
Y os contaríamos más cosas que pasan en esos pocos minutos. Porque pasan muchas. Algunas entrañables. Otras impactantes. Pero lo más hermoso que pasa en esa escena que podríamos catalogar de “cotidiana” por su característica de encuentro madre-hija (aunque de cotidiana no tiene nada), es lo que no sale a la superficie. El diálogo no verbal en el que poco a poco se encuentran la una con la otra. La fuerza y la verdad de los primeros planos. La magia que hemos tenido la suerte de que haya sido captada por la cámara vampírica. Y la ausencia. La paradoja: no podía faltar, acusar su ausencia. Lo reconocemos, nosotros tampoco hemos sido capaces de contener las lágrimas. Belleza pura.
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